Ana Karina Santos. Con la pasión por las artes escénicas desde muy niño, el actor venezolano Jhon Toro Caballero apuesta a la expansión de su sello personal en la industria audiovisual en Latinoamérica.
Como él mismo se describe amante de las artes escénicas, Toro recuerda que escribió su primer guion y realizó un montaje a los 10 años de edad como parte de un proyecto escolar: “La Niña del Japón”, se llamaba la pieza que recuerda cariñosamente.
Ya a los 17 años, la actuación era parte de él y fue incursionando en el teatro en el liceo Simón Bolívar en la ciudad de San Cristóbal estado Táchira. Ya en su haber destacan 28 años de trayectoria artística desde que se formó y fue becado por el Sistema Nacional de Teatro Juvenil (TNJ).
“Trabajé con algunos directores en Táchira como Alfredo Aparicio y por más de 20 años con el maestro Freddy Pereira, una gran figura del arte venezolano, actor, director de teatro y artista plástico de talla internacional, formado en Salamadro Teatro y actor preferido del dramaturgo Rodolfo Santana, en mi paso por tan gran escuela fui asistente, técnico, productor y actor”.
Formado en la Universidad de Los Andes en la escuela de Comunicación Social, Toro tuvo la oportunidad de trabajar con muchos estudiantes en la realización de cortos para la cátedra de televisión: “Esto me permitió abordar el cortometraje y pasar del teatro a las cámaras, comprendiendo el lenguaje expresivo, los montajes, un universo maravilloso”. Desde hace más de 10 años está sumergido en el mundo de la televisión e irremediablemente unido al cine como él afirma con orgullo.
Entre sus trabajos destaca el film “El Desertor” dirigida por Raúl Chamorro, así como diversas producciones nacionales. Hoy día forma parte de la empresa Barbarie Producciones, en la que realiza trabajo audiovisual, marketing digital, asesorías a artistas y formación de nuevos talentos en el mundo de las artes escénicas.
De la mano de Daniel Osorio, Jhon Toro imprime el temple que le caracteriza en la serie “El Hombre de la Luz”, aun por culminar, una historia venezolana filmada en Los Andes y que definitivamente plasma no sólo la calidad actoral, sino el nivel de guionistas, productores y realizadores de historias que vale la pena contar.
Toro se confiesa un amante empedernido de las artes, se siente orgulloso al ver como su país sigue forjando nuevas formas de hacer cine, documentales, abriéndose paso a un mundo para mostrar que hay talento de sobra, por ello afirma que parte de su legado es seguir esparciendo la semilla de las artes en las nuevas generaciones en cualquier pueblo, ciudad o país en donde haya almas cuya esencia brille al interpretar personajes que hagan a otros soñar y volar a mundos inimaginables.